El experimento de Milgram (1961)
En julio de 1961, el teniente coronel nazi Adolf Eichmann, responsable directo de la solución final en Polonia, fue sentenciado a muerte en Jerusalén. Como muchos de los militares nazis, Eichmann alegó que no sabía lo que estaba haciendo, pues sólo se limitaba a seguir órdenes. Al psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, le asaltaron entonces varias preguntas: ¿podía Eichmann estar diciendo la verdad? ¿Eran los militares nazis conscientes de lo que hacían?¿Puede una persona normal cometer barbaridades sólo porque la autoridad se lo ordena?
Para averiguar el papel que juega la obediencia en nuestro comportamiento Milgram diseño un experimento en el que participaban tres personas: un “investigador”, un “maestro” y un “alumno”. Los “maestros” fueron reclutados a través de un anuncio en el que se pedían voluntarios, remunerados, para participar en un “estudio de la memoria y el aprendizaje”. Los “alumnos” eran estudiantes de Milgram, compinchados.
Al comenzar el experimento el “investigador”, un colaborador de Milgram, se reunía con los dos participantes del estudio y les hacía creer que estaba repartiendo los roles al azar. Tras esto, explicaba al “maestro” que cada vez que el “alumno” contestara erróneamente una pregunta tendría que apretar un botón que le provocaría una descarga eléctrica. Cada vez que el “maestro” castigaba al “alumno” éste simulaba que se retorcía de dolor. A medida que avanzaba el experimento, el "investigador" iba pidiendo al "maestro" que aumentara la potencia de las descargas y el "alumno" iba elevando su interpretación, golpeando el cristal que le separaba del "maestro", pidiendo clemencia, alegando su condición de enfermo del corazón, gritando de agonía y, a partir de cierto punto (correspondiente a 300 voltios), fingiendo un coma.
Milgram y sus compañeros pensaban que la mayoría de los “maestros” se negarían a continuar en el experimento pasado cierto punto, pero descubrieron que la insistencia del investigador para que siguieran aplicando las descargas tenía un tremendo efecto sobre los sujetos: el 65% de los participantes llegaron a aplicar la descarga máxima, aunque se sentían incómodos al hacerlo, y ninguno se negó rotundamente a aplicar las descargas hasta alcanzar los 300 voltios.
El experimento fue todo un éxito a nivel académico y dio pie a decenas de investigaciones, pero fue muy criticado por lo poco ético del mismo, algo que se puso de manifiesto dada la grabación de un vídeo documental sobre todo el proceso. Los resultados del experimento, y las reflexiones sobre este, fueron sintetizados por el propio Milgram en su libro Obediencia a la autoridad (1974), un clásico absoluto de la psicología social.
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